P. GINOVÉS El Proyecto Café y Calor lleva dando cobijo a personas sin hogar desde 1998. De ocho de la tarde a ocho de la mañana, 25 hombres pueden pasar una noche agradable sin preocuparse de nada que no sea disfrutar del tiempo que les dedican en el número 14 de la Avenida de Bélgica, en Santa Cruz.
Dos trabajadores de Cáritas y un voluntario se encargan de facilitar todo lo necesario a los hombres que llegan cada tarde a este centro que ofrece servicios de atención al colectivo de gente sin hogar de la capital chicharrera. Como afirma Leonardo Ruiz, "hay incluso lista de espera para poder pasar una noche aquí". Y es que son muchos los que demandan poder acudir a Café y Calor en el que se les facilita ropa, una ducha, dos comidas y una cómoda cama.
El coordinador del número catorce es Cristóbal Tomás Gámez, que lleva diez años desempañando este cargo en Café y Calor. Como explica, en este centro no hay muchas normas porque lo que realmente se busca es que los que acuden no rechacen el proyecto y se sientan cómodos desde el principio. "Facilitamos un espacio diferente que sirve de trampolín para que los chicos puedan acceder a un lugar mejor", afirma Gámez. Lo más que promueven desde Café y Calor es la empatía: "Aquí tratamos de escuchar y acompañar para que la gente salga cada mañana sin la negatividad con la que entraron por la noche", explica el veterano coordinador.
Las noches que comparten los 25 hombres durante las semanas que acuden a este centro provocan que aparezcan verdaderos lazos de amistad. Por eso, entrar en Café y Calor recuerda, a veces, a hacerlo a la casa de una gran familia. Y es que muchos de ellos no solo pasan la noche juntos, sino que acuden al mismo comedor social para almorzar. Así, combinan sus estancias en Café y Calor con visitas a otros centros de día que Cáritas tiene en Santa Cruz.
Donelia Díaz es la voluntaria que llega cada miércoles a Café y Calor para ayudar en la que pueda. Lleva cuatro años y medio acudiendo a la cocina del centro y colaborando para servir la mesa y que todo esté a punto en las cenas. Reconoce que le encanta ser voluntaria, labor que compagina con su trabajo fijo de mañana.
Donelia adora venir a este centro en el que no se cansa de hablar con las nuevas caras que llegan cada semana. Como afirma entre risas, ella también los regaña cuando se abalanzan sobre la mesa llena de comida sin ninguna muestra de educación. Pero sobre todo, resalta la importancia de ayudar y colaborar con la gente que más lo necesita y que no tiene con qué salir adelante. "Hay que ponerse en la piel de los demás y hacer lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros", declara.
Actualmente, de seis a ocho de la tarde, además, se imparten clases de idiomas para todos los que quieran aprender algo nuevo. Todos son bienvenidos y eso se ve reflejado en la variedad de asistentes con las que cuentan estas clases. "Tratamos de ser creativos y abrir y dinamizar el proyecto", asegura Gámez.